Sunday, November 14, 2010

El Metro: de la utopía a la distopía

“Al señor de la camisa roja: le recordamos que los niños deben ir de la mano de sus representantes.”

Miré mi camisa, no era roja. Y mi hija, de 6 años entonces, agarraba mi mano con fuerza mientras miraba hacia la luz del tren que se acercaba a la estación. El señor que si tenía la camisa roja, avergonzado, tomó con disimulo la mano de su hijo.

“No somos suizos,” había dicho por esos días Manuel Peñalver. No eramos suizos, pero en las instalaciones del Metro nos demostrábamos capaces de convivir en civilización. Podíamos incluso trascender ese discurso colonial que nos pinta irremediablemente ignorantes, atrasados, incapaces de la más elemental urbanidad: los vagones del Metro de Caracas eran muy parecidos a los de San Francisco y París; pero los nuestros, color de trópico en aire acondicionado, eran más silenciosos, más bonitos y más eficaces.

Hace dos años 3 sujetos me aplicaron la maquinita en la entrada de la estación La Hoyada. Con malandra eficiencia me despojaron de los 300 BsF que acababa de sacar de un cajero. Tres vigilantes del Metro fueron testigos. No movieron un dedo para ayudarme, pero sí me increparon: “¿Tú eres pendejo? ¿Cómo te vas a dejar atracar así?”

El Metro de hoy pudiera ser escenario de Cazador Implacable, Mad Max o cualquier otra distopía futurista. Es una pesadilla urbana.

¿Qué ha pasado? Hace casi 3 décadas los venezolanos éramos capaces de gerenciar uno de los mejores subterráneos del mundo. ¿Sómos ahora más incompetentes, más ignorantes? No, ciertamente no. Hoy los venezolanos somos, en promedio, mucho más educados que hace 30 años. ¿Cómo explicar entonces la debacle del Metro?

La lógica es inexorable. Si ahora hay más venezolanos capaces, entonces es claro que los procesos de selección de gerentes públicos no están llevando a nuestra mejor gente a los cargos de dirección.

Los venezolanos queremos avanzar. Es el momento de convocar la participación de nuestros técnicos más capaces.

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