Friday, August 12, 2011

Desde el Rancho

En su comentario a ¿Hay Gobierno en El Hatillo?, el lector Darío Canelón señalaba que hace unos 40 años atrás 1 de cada 3 de los habitantes de Caracas vivía en un rancho. Hoy todos los habitantes de Caracas vivimos en un rancho, en cierta forma.

Construir un techo para sí mismo y para su gente es una pulsión que anima a todo ser humano. Esta pulsión, como todas, puede llevar a actos de creación sana o a actos de destrucción irracional. Todo depende de en que medida este impulso natural de construir sea encauzado o no por la razón, el conocimiento y el respeto a las necesidades del otro.

Desde los albores de la civilización los derechos del colectivo han sido codificados en la ley. Hace 3700 años, ya la Ley 233 del Código de Hamurabí estipulaba que «si un constructor hizo una casa para otro y no hizo bien las bases, y como consecuencia el nuevo muro se cayó, este constructor reparará el muro a su costa».

En la Venezuela contemporánea existen leyes que rigen la materia de construcción y urbanismo. Pero ni los constructores las cumplen ni el Estado las hace cumplir.

Esto es lamentable, porque cuando el impulso creativo de construir es canalizado por el cálculo racional, la educación y la norma, el resultado es un hábitat urbano que enriquece la vida de los ciudadanos: como los hábitat de la Caracas de los años 50, el París de Haussman o la muy hermosa y vivible ciudad de Buenos Aires.

Cuando por el contrario el impulso de construir es pervertido por la codicia y el poder político venal, el resultado es el infierno que hoy vivimos en Caracas.

Cuando un alto funcionario señala que «en Caracas cabe otra Caracas» lo que realmente nos dice es que aunque la ciudad y sus servicios hayan colapsado, seguir construyendo en ella sigue siendo una manera eficaz de apropiarse de un pedazo de la renta petrolera. Cuando se premia a quienes violentando la norma y el sentido común construyen en zonas no aptas, no se está siendo humanitario: se está estimulando el caos. Cuando se construye un Centro Comercial en la orilla de una quebrada se está destruyendo el ambiente y la vida de todos los venezolanos y sus descendientes.

En nuestra opinión, todos los caraqueños vivimos en ranchos, humildes o costosos, pero ranchos al fin. Todos sufrimos la anomia que hace letra muerte de la ley, todos somos víctímas inermes del hampa, todos carecemos de espacios para el esparcimiento.

Los caraqueños vivimos la opresión de los apetitos desenfrenados de la codicia y el poder político venal.

¿Qué opina usted amigo lector, amiga lectora?


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