Thursday, November 09, 2017

Niños que Comen de la Basura

Naturalización del desastre en Venezuela
Ayer mi esposa y yo vimos dos niños comiendo de lo que encontraban hurgando en la basura.

Que en los últimos tiempos en Venezuela mucha gente se alimenta de los desechos es una realidad conocida, documentada por fotografías y vídeos, usada como tema de propaganda política: es casi un cliché. Aún así, una cosa es lo que conocemos a través del discurso, otra lo que perciben directamente nuestros sentidos; lo que vimos ayer de cerca, con nuestros propios ojos, nos conmovió.

Uno de los niños, ya adolescente, bebía los restos de un líquido en una botella que había sacado de una bolsa de plástico; bebía con naturalidad, como quien bebe sentado en la mesa un vaso de jugo de melón, como quien cena en su casa después de un día de trabajo. Que el niño bebiese con naturalidad no tiene por qué sorprendernos siendo el comer natural, función universal de todo lo que está vivo: come la gente, comen las tortugas, comen los fagocitos, comen —podría argumentarse— hasta los virus. Pero así como el comer es natural también lo es su función opuesta: el excretar, expulsar de un organismo los residuos de las funciones de la vida. Es excreta de la sociedad la basura, residuo de la vida social, y en cuanto a excreta es tóxica para el cuerpo social; por eso nos produce asco, un sentimiento que nos alerta del peligro que cobija lo asqueroso, que nos impulsa a alejarnos de algo que siendo ponzoña nos puede dañar.

Así como la basura nos da asco, en contraposición la presencia de otras personas nos genera empatía, el impulso biológico a identificarnos con ellas; excepto cuando son el enemigo.

Los niños que vimos ayer comer de la basura son como nosotros, podrían ser nuestros hijos, o nuestros nietos —no son el enemigo—. Verlos cenar basura nos conmovió porque la empatía nos hizo sentir con ellos el conflicto, la humillación, la tragedia, de tener que conjugar el comer con el asco: de ver disminuida la dignidad.. Y siendo la tragedia es en última instancia una cercanía a la muerte, la empatía disparó en nosotros el también biológico impulso de actuar para sobrevivir —en mí de aniquilar al enemigo y en mi esposa, siendo madre; fuente de vida nueva y alimento, de romper a llorar—.

Yo por mi parte, mientras viva, no voy a olvidar quien es el enemigo: el asqueroso y despiadado enemigo que nos ha llevado a alimentarnos de nuestra propia excreta.