Sunday, August 11, 2013

Quince años después de 1998

El enigma de los dos Chávez
En el mes de febrero de 1999 Gabriel García Márquez entrevistó a Hugo Chávez Frías. Recogió su entrevista en “El enigma de los dos Chávez”, un título que sintetiza la siguiente reflexión, al final del texto.
El avión aterrizó en Caracas a las tres de la mañana. Vi por la ventanilla la ciénaga de luces de aquella ciudad inolvidable donde viví tres años cruciales de Venezuela que lo fueron también para mi vida. El presidente se despidió con su abrazo caribe y una invitación implícita: "Nos vemos aquí el 2 de febrero". Mientras se alejaba entre sus escoltas de militares condecorados y amigos de la primera hora, me estremeció la inspiración de que había viajado y conversado a gusto con dos hombres opuestos. Uno a quien la suerte empedernida le ofrecía la oportunidad de salvar a su país. Y el otro, un ilusionista, que podía pasar a la historia como un déspota más.
En 1998, antes de que Chávez ganara las elecciones, escribimos “Chávez y el Arte de la Guerra”, un artículo en el que sopesamos las cualidades de su liderazgo y manifestamos la necesidad de emprender en aquél momento una acción decidida contra la corrupción. En febrero del año 2000 examinamos en “Chávez, el Símbolo” la fuerza simbólica detrás del liderazgo carismático de Chávez. Y expresamos la necesidad de hacer coherente esta fuerza, casi mágica, con el ejercicio real del poder.

Quince años después de 1998, estos artículos podrían ayudarnos a desentrañar el enigma de los dos Chávez.

Chávez y el Arte de la Guerra

El liderazgo es un asunto de inteligencia, de sinceridad, de humanidad, de coraje y de severidad.
Sun-Tzu. “El Arte de la Guerra”.
La historia nos señala la inevitable recurrencia de los conflictos. El Arte de la Guerra, escrito en China dentro del marco de la tradición taoísta, es interpretado en el contexto contemporáneo como un manual que nos enseña los principios que rigen la dinámica de los conflictos; y que nos enseña también que conocer a fondo esta dinámica es esencial para reducir al mínimo posible la confrontación abierta, la ira, el derramamiento de sangre.

Sin negar la importancia de las dificultades económicas que enfrentamos, lo que realmente amenaza nuestra existencia como grupo humano, como Nación, es la desintegración de nuestra moral colectiva, lo que en la mañana del cuatro de febrero el Presidente Caldera llamó «el morbo de la corrupción». Eliminar la corrupción en Venezuela ya no es tan simple como identificar un grupo de «corruptos» y llevarlos a la cárcel. No, la corrupción ha invadido nuestro sentido ético. Y por sentido ético quiero decir el sentimiento que sirve de balance entre los intereses que generan las naturales ambiciones de los individuos y los intereses que generan las necesidades comunes.

En una sociedad sana el sentimiento ético tiende a inhibir comportamientos que son destructivos para el colectivo; y tiende a estimular en los individuos comportamientos favorables al bienestar de todos. Pero en Venezuela ya no hay honor en la lealtad hacia la Nación, que en realidad es lo mismo que decir que no hay honor en la lealtad hacia nosotros mismos. ¿Quién respeta al juez que no cede ante presiones, al policía que no se deja sobornar, al maestro que cumple con su trabajo, al médico que no sustrae los equipos del hospital público donde trabaja? Sin sentido ético colectivo no hay progreso. El «morbo de la corrupción» es un enemigo que debemos combatir y vencer, cuanto antes.

Veamos este conflicto desde la perspectiva de Sun-Tzu, según la cual la evaluación estratégica previa a todo conflicto descansa en la ponderación cuidadosa de cinco variables: la coincidencia entre los objetivos de la gente y los de sus gobernantes, las condiciones externas, las condiciones materiales, la disciplina y el liderazgo. Fijemos nuestra atención en la última de estas variables: si queremos enfrentar con éxito la corrupción, ¿qué condiciones debe tener el líder sobre quien recaiga la reponsabilidad de dirigir el conflicto?

Según los principios expuestos por Sun-Tzu, hace mas de dos mil años:

—El líder debe ser inteligente, para planificar con precisión y ser capaz de adaptarse a circunstancias cambiantes con celeridad y eficiencia.

—Su palabra debe ser confiable. Sus directrices deben ser claras, realistas y sin ambigüedades que dificulten llevarlas a la práctica.

—Debe querer a su gente, valorar sus esfuerzos y ser compasivo ante sus dificultades.

—Debe tener coraje para aprovechar sin vacilación las oportunidades de alcanzar la victoria.

—El líder debe ser severo: cuando alguien deba ser castigado por sus acciones, el castigo debe ser rápido e inexorable. Aunque el infractor esté cerca de sus afectos.

Los hechos han demostrado que Hugo Chávez Frías satisface las primeras cuatro de estas condiciones. La última condición le impone un reto difícil de satisfacer. Los venezolanos esperamos que las «realidades políticas» no impidan, una vez más, la victoria sobre el morbo de la corrupción.

Gustavo J. Mata
Diciembre de 1998.

Chávez, el Símbolo

Las incidencias de un año de gobierno no han disminuido la confianza que el Comandante Chávez inspira en el pueblo venezolano. A pesar de las dificultades económicas y las incertidumbres políticas, su popularidad no disminuye. ¿En qué se sustenta la durabilidad de este apoyo popular? ¿Qué ha recibido la mayoría de los venezolanos de éste primer año de gobierno? En nuestra opinión, la repuesta es muy simple: al pueblo venezolano le ha sido devuelta su dignidad. Examinemos esta proposición en detalle.

En la concepción social que presupone la supremacía de lo económico, la humanidad primaria de la gente desaparece. El ser humano es reducido a una unidad productiva, a una pieza de una enorme maquinaria cuyo mítico bienestar está por encima del de las personas. Este economicismo extremo puede manifestarse en sistemas ideológicos muy disitintos. Dos ejemplos particulares son: el «neoliberalismo salvaje», que hemos padecido en la última década, y la colectivización forzada de la Unión Soviética de Stalin, que tanto daño causó hace medio siglo.

En la ideología del neoliberalismo un ser humano vale en función de su valor como agente económico. De lo que se infiere que quien vive al margen del sistema económico pierde su valor como persona. Para el neoliberalismo, ocho de cada diez venezolanos son escoria que interfiere con el funcionamiento fluído de la maquinaria económica. Recordemos que esto no es una mera abstracción. Todo lo contrario. Es una realidad social que se refleja en el lenguaje coloquial (los monos versus los sifrinos), en los privilegios indebidos que implícita o explícitamente limitan el acceso a las universidades, en las vidas humanas que cobra la inseguridad.

Si el neoliberalismo nos arrebata la dignidad, la esperanza colectiva nos la devuelve. Hace unos días caminábamos por el boulevard de Sabana Grande. Un hombre, incapacitado por una enfermedad particularmente cruel, pedía limosna acostado sobre una camilla improvisada. Cuando señalamos la credencial del MVR, que lucía sobre el pecho como una condecoración, se acomodó la boína roja y sonrió. Percibimos que a pesar de su extrema pobreza se sentía pertenecer a algo que nos hacía iguales.

Como todos los seres humanos, los venezolanos necesitamos sentir que somos parte de una sociedad digna. Chávez se ha convertido en un símbolo que apunta hacia el colectivo que aspiramos todos. Y es a Chávez, el símbolo, a quien apoya irrestrictamente la mayoría de los venezolanos.

La gente que ha recuperado su dignidad exige ahora bienestar económico, educación, justicia: que cese de una vez la impunidad.

Es la responsabilidad de Chávez, el hombre, actuar en coherencia con Chávez, el símbolo.

Gustavo J. Mata
Febrero de 2000

No comments: