La cooperación como valor.
Sabiendo Jesús los pensamientos de ellos, les dijo: todo reino dividido contra sí mismo, es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.
—Evangelio según San Mateo 12:25
Hay muchas formas de cooperación, por supuesto. La de los esclavos que a cambio de preservar sus vidas construyeron las pirámides de Egipto. La de los soldados de Leónidas, que para salvar a Grecia sacrificaron las suyas en las Termópilas. O la de los campesinos que hacen una cayapa para construir el rancho de un vecino.
La mejor forma de cooperación, la que persigue el socialismo, es la que satisface por igual los intereses de cada uno.
¿Cuál es el nivel de cooperación en nuestro país? La respuesta a esta pregunta involucra una paradoja.
La solidaridad es un valor de la Venezuela tradicional. En los sectores populares no es raro que una familia muy pobre comparta su escaso almuerzo con algún amigo, hambriento.
Pero en las instituciones, sean políticas, gubernamentales o educativas, la situación es otra: la competencia es a veces digna de hienas y perros salvajes en el Serengeti. ¿Por qué? No estamos seguros. Sospechamos que la tentación de ponerse en un buen pedazo de la torta petrolera, arrasa todo freno moral.
No vivimos en la Grecia del siglo V antes de Cristo: la flota persa no está a punto de desembarcar en La Guaira. Pero seguimos viviendo en un mundo en el que la razón es la del más fuerte. Un mundo en que el atraso de nuestras instituciones es un lastre cada vez más peligroso. La tarea de construir una sociedad funcional es perentoria. Para esto tenemos que entendernos y cooperar.
Tenemos que hacer que confluyan los sueños y el trabajo de las 29 millones de personas que somos los venezolanos.
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