Aprender a aprender de la realidad
El Consenso de Washington es la expresión concreta del dogma político neoliberal.
Ronald Reagan, en los Estados Unidos, y Margaret Thatcher, en el Reino Unido, fueron en los años 80 apóstoles excelsos y sumos sacerdotes del dogma neoliberal —Carlos Andrés Pérez, en Venezuela, su monaguillo, su "perro simpático que no genera problemas"—.
El Consenso de Washington es el nombre que se da a un paquete de medidas económicas orquestadas —en sintonía con el dogma neoliberal— por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.
En 1989 este paquete del Consenso de Washington, el paquete neoliberal, fue aplicado en Venezuela. ¿Qué nos trajo? Nos trajo el Caracazo. Nos trajo después a Hugo Chávez Frías —quien a su vez nos dejó como legado a Nicolás Maduro, su hijo dilecto—.
En un intento de mitigar las consecuencias negativas de su implementación, a finales de los años 90 el Consenso de Washington fue ampliado para incluir entre sus políticas el combate a la corrupción, la reducción de la pobreza y la protección de los sectores vulnerables. Aún así, hoy se le considera muerto.
En 1998 Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, introdujo un conjunto de ideas que se conocen como el Post-Washington Consensus, “Más Allá del Consenso de Washington”. Para Stiglitz el Consenso de Washington fracasó porque "la simple liberalización de los mercados no es suficiente para garantizar su operación efectiva, particularmente en los países subdesarrollados. La existencia de asimetrías de información, que impiden a los mercados asignar recursos eficientemente, y la carencia de sistemas institucionales completos y y eficientes que mitiguen estas asimetrías, son las causas de esta insuficiencia”.
El gobierno actual ha reducido a polvo cósmico la precaria base institucional que teníamos. Caracterizan hoy la praxis gubernamental la extorsión abierta, la apropiación indebida y el uso crudo de la fuerza para proteger ilegítimos intereses particulares. Podemos decir, sin exagerar, que el pranato penitenciario ha surgido como paradigma institucional.
Detener esto es necesario, pero no es suficiente. Como sociedad tenemos que aprender a aprender de la realidad. Y aprendiendo de la realidad tenemos que evolucionar —mirarnos nostálgicamente el ombligo es contraproducente—.
Aquellos vientos trajeron estas tempestades, no lo olvidemos.
Ronald Reagan, en los Estados Unidos, y Margaret Thatcher, en el Reino Unido, fueron en los años 80 apóstoles excelsos y sumos sacerdotes del dogma neoliberal —Carlos Andrés Pérez, en Venezuela, su monaguillo, su "perro simpático que no genera problemas"—.
El Consenso de Washington es el nombre que se da a un paquete de medidas económicas orquestadas —en sintonía con el dogma neoliberal— por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y el Departamento del Tesoro de los Estados Unidos.
En 1989 este paquete del Consenso de Washington, el paquete neoliberal, fue aplicado en Venezuela. ¿Qué nos trajo? Nos trajo el Caracazo. Nos trajo después a Hugo Chávez Frías —quien a su vez nos dejó como legado a Nicolás Maduro, su hijo dilecto—.
En un intento de mitigar las consecuencias negativas de su implementación, a finales de los años 90 el Consenso de Washington fue ampliado para incluir entre sus políticas el combate a la corrupción, la reducción de la pobreza y la protección de los sectores vulnerables. Aún así, hoy se le considera muerto.
En 1998 Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, introdujo un conjunto de ideas que se conocen como el Post-Washington Consensus, “Más Allá del Consenso de Washington”. Para Stiglitz el Consenso de Washington fracasó porque "la simple liberalización de los mercados no es suficiente para garantizar su operación efectiva, particularmente en los países subdesarrollados. La existencia de asimetrías de información, que impiden a los mercados asignar recursos eficientemente, y la carencia de sistemas institucionales completos y y eficientes que mitiguen estas asimetrías, son las causas de esta insuficiencia”.
El gobierno actual ha reducido a polvo cósmico la precaria base institucional que teníamos. Caracterizan hoy la praxis gubernamental la extorsión abierta, la apropiación indebida y el uso crudo de la fuerza para proteger ilegítimos intereses particulares. Podemos decir, sin exagerar, que el pranato penitenciario ha surgido como paradigma institucional.
Detener esto es necesario, pero no es suficiente. Como sociedad tenemos que aprender a aprender de la realidad. Y aprendiendo de la realidad tenemos que evolucionar —mirarnos nostálgicamente el ombligo es contraproducente—.
Aquellos vientos trajeron estas tempestades, no lo olvidemos.
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