La casa tiene piso de tierra, de mármol, de cerámica; un cuadro de Cabré, la foto de los taitas, el dibujo del hijo. Tiene grama, jardineras, violetas en potes de leche; techo de zinc, de tejas, de concreto. Tiene un cuatro, un piano, un tambor. Todos utilería en el escenario de la danza de la vida. ¿Quién construye este escenario? Padres, abuelos, hijos y nietos.
Si la casa es escenario para la coreografía de la vida, la ciudad es la escena del drama urbano. ¿Quién le da forma? Sus ciudadanos.
La ciudad dialoga con nosotros, nos dice quienes somos. ¿Quiénes seríamos entonces los caraqueños? ¿Seríamos, como parece decir Caracas, crueles, insensibles, insensatos? Me niego a creerlo. ¿Pero como podríamos no ser lo que clama una Caracas que hemos construído entre nosotros?
Para resolver esta contradicción debemos profundizar en el significado de "nosotros".
El poder de dar forma a una comunidad no es el mismo para cada uno de sus miembros. En el momento en el que nace una hija su familia habrá sido obra de padres y abuelos, por ejemplo. Será en el transcurrir de los años que la hija podrá contribuir a recrear su grupo familiar.
De la misma forma, los ciudadanos no somos reponsables por igual de la ciudad. El paisaje urbano requiere de vías públicas, edificios, sanidad, parques, energía, agua, seguridad. Estos elementos, cruciales, no dependen de la inmensa mayoría, están bajo el control del poder económico y político.
La perversidad del paisaje urbano de Caracas refleja la del complejo político-económico que lo ha construído. Si no desafiamos la hegemonía de este complejo, su crueldad, insensibilidad e insensatez invadirán definitivamente el espíritu de todos.
La remodelación del Calvario, la construcción del Boulevard del Cementerio y la apertura del Café Venezuela, iluminan una esperanza. No todo está perdido, nos dicen.
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