La Ley de Tránsito, esa que prohibe a motociclistas "circular entre canales, cambiando frecuentemente de canal o pasando indistintamente al centro, a la izquierda o a la derecha de la vía", ha sido de facto derogada. Anulada por el Imperio Motorizado. Ya no tiene sentido hablar de canales en calles o autopistas. En su lugar el movimiento de los motorizados genera caminos curváceos y cambiantes que todos los automovilistas debemos aprender a reconocer: so pena de recibir una patada en la carrocería, una mentada de madre o, si se tiene mala suerte, un tiro.
Existen clases sociales en el Imperio Motorizado, sin duda. Aún así Suzukis, Beras y Harleys imponen, a una, su hegemonía sobre la República. "¿Qué pasa mamita, te ayudo?," oí decir a un mulato. Le hablaba a una catirota, casi atropellada por atravesar su Ducati frente al carro de una anciana conductora.
El Imperio tiene su brazo armado: malandros y policías en moto. Nadie puede con su fuerza. (Nadie, excepto la lluvia del valle de Caracas; que cuando se precipita nos ofrece un vestigio de lo que significaría conducir en civilización.)
El Imperio entierra sus muertos con mayor solemnidad que la que se da a un Jefe de Estado. Da envidia ver la determinación con la que un cortejo de motorizados congela la autopista. Hombres, mujeres y niños montan sus motos con marcial eficacia. Crean con precisión inexpugnable una vereda que da paso a un humilde carro fúnebre: que lleva un humilde féretro bajo dos humildes coronas. Nuestra envidia pronto se transmuta en sincera solidaridad tribal, en resonancias de guerra en el inconsciente colectivo.
Incapaz de desafiar la hegemonía del Imperio Motorizado, he decidido conocerlo de cerca. He recorrido calles, avenidas y autopistas como parrillero en una moto taxi. De mi experiencia doy fe de la pericia y valentía de este primario ejército de hierro.
¿Será nuestro futuro el del Imperio Motorizado?
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